Género Y Feminismo En Perspectiva
Hablamos de Género y feminismo en perspectiva. La
perspectiva se puede entender como el arte de recrear la profundidad y
la posición relativa de los objetos. Por analogía, también se llama
perspectiva al conjunto de circunstancias que rodean al observador, y
que influyen en su percepción o en su juicio, y también una visión,
considerada más ajustada a la realidad, favorecida por la observación ya
distante, espacial o temporalmente de cualquier hecho o fenómeno. El
tema que este XII Encuentro Internacional de Centros de Cultura quiere
considerar en perspectiva es la cuestión de Género y Feminismo, tema de
una gran actualidad e importancia. En estos días tendrán la oportunidad
de detenerse a observar, tomando un poco a distancia, un fenómeno que
está operando transformaciones culturales de gran alcance. Quisiera
ofrecer solo algunos elementos de reflexión y algunas provocaciones que
nos ayuden precisamente formarnos una visión más ajustada a la realidad y
a actuar en consecuencia.
Hombre, mujer, feminismo
Las relaciones hombre-mujer en general y la cuestión del
feminismo en particular han registrado una presencia importante en el
horizonte cultural, social, psicológico, filosófico y teológico en las
últimas décadas. Ya el papa Juan XXIII en la Encíclica Pacem in Terris
(1963) señaló como un signo destacado de nuestro tiempo el ingreso de
las mujeres en la vida pública y su exigencia de ser reconocidas y
tratadas en la vida familiar como en el ámbito social, como personas y
no como «instrumentos» (cf. n-41 y también n. 15). El Magisterio
posterior, en particular de Juan Pablo II, así como la Comisión
Teológica Internacional y, recientemente, Su Santidad Benedicto XVI, han
retomado varias veces este tema.
El pleno respeto de la dignidad de la mujer es objeto de
una profunda aspiración, cuyas expresiones se encuentran, en diversos
grados, en todo el mundo y han dado lugar al feminismo o a los
feminismos. Es importante captar su inspiración primera, que ha de
vincularse con las exigencias evangélicas que tienden a impregnar de
forma cada vez más vital el tejido de la historia de la humanidad. Las
formas agresivas con las que a veces se manifiesta dicha aspiración no
han de ser un pretexto para ignorar su autenticidad. Sin duda, tales
formas se explican por el peso secular de sufrimientos y de
humillaciones que han tenido a las mujeres como víctimas.
Sexismo, Sagradas Escrituras y respeto por la mujer
No es este el momento de documentar cuánto una
concepción machista o patriarcal ha revestido pesadamente y condicionado
el pensamiento del pasado, que no excluye las mismas Sagradas
Escrituras en su dimensión humana, inmersas en un contexto cultural
"sexista". A veces tampoco ha faltado en la Iglesia una consideración
inadecuada de la mujer. Solo para ejemplificar, Qohélet no titubea en
proclamar a la mujer "más trágica que la muerte, cuyos pensamientos
son redes y lazos y sus brazos cadenas. El que agrada a Dios se librará
de ella, el pecador quedará atrapado en ella” (Ecls. 7,26). También el Sirácide dice que "es mejor la maldad de un hombre que la bondad de una mujer" (Eclo. 42,14).
Siempre he compartido la opción del papa Juan Pablo II
por confesar con simplicidad y humildad los errores, las culpas y las
miserias del pasado. Lógicamente, esta autocrítica debe realizarse según
un correcto planteamiento historiográfico que tenga en cuenta las
diferentes coordenadas históricas en las que se han consumado esas
prevaricaciones. Pero, igualmente, también estoy convencido de que la
necesaria operación catártica debe ser el punto de partida para la
edificación de una relación diferente con las realidades incomprendidas o
maltratadas.
El tribunal de la historia debe estar, ciertamente, en
activo, pero no puede convertirse en la instancia de apelación última y
definitiva. Precisamente por esto, inspirándome en el tema propuesto
para este Encuentro, quisiera mirar hacia adelante, partiendo del
presente, y acoger la provocación que, sobre los errores cometidos por
el machismo, ha lanzado la perspectiva feminista.
Como se puede constatar en los evangelios, el
seguimiento de Jesús estuvo abierto a todos, indistintamente,
prescindiendo del sexo, y tanto es así que, por ejemplo, el evangelista
Lucas menciona algunos nombres de las muchas mujeres que seguían a
Cristo y le ayudaban incluso con sus bienes (Lc 8,1-3). En el proceso de
reflexión y evolución teológica acerca de las relaciones hombre-mujer, a
menudo candente y excesivo, se puede, no obstante, encontrar un
trayecto significativo que quiero resumir muy sintética y libremente a
continuación.
Partamos de una célebre frase de la Escritura: «Dios creó al ser humano a su imagen... hombre y mujer los creó»
(Gn 1,27). El paralelismo bíblico no admite dudas: la imagen del Dios
creador debe buscarse en la pareja procreadora. Ahora bien, la exégesis
judía, acogida también por san Pablo (1 Cor 11,7-9), había asignado esta
función solamente al varón, dando inicio al paradigma de la
«subordinación» de la mujer al varón, incluso en el mismo orden de la
gracia salvífica. El modelo de la «complementariedad», no
obstante, fue progresivamente recuperado, siguiendo la definición de la
mujer como «ayuda semejante» (en realidad, en Génesis 2,18, se habla de
una igualdad, una ayuda que se encuentra «frente a frente»). Pero el
concepto es también ambiguo, porque el término de referencia siempre era
el varón, que se «completa» con las cualidades femeninas. Pero también
este modelo está destinado a marchitarse, por lo que la reflexión más
reciente ha propuesto un nuevo paradigma, a saber, el de la «reciprocidad en la igualdad y en la diferencia», a partir de la afirmación que hace la mujer en el Cantar de los Cantares: «Mi amado es mío y yo soy suya... Yo soy de mi amado y mi amado es mío»
(2,16; 6,63). La donación acontece porque se reconoce que cada criatura
humana es única, en cuanto posee ciertamente una misma naturaleza, pero
con una modalidad propia. Se supera así la relación de subordinación y
de complementariedad, y la de una abstracta y absoluta igualdad, y se
llega al reconocimiento de una reciprocidad indispensable causada por la
«diferencia» aceptada, sobre el fundamento de una «equivalencia»
radical. Este nuevo modelo es llamado también transformativo,
en cuanto comporta una tarea de superación y transformación tanto de la
relación tradicional de inferioridad/complementariedad, como de la
relación feminista radical de la paridad/identidad abstracta, en una
relación de relacionalidad/reciprocidad sobre la base de la
equivalencia.
Ideología de género
Ciertas corrientes del feminismo niegan precisamente la
diferencia entre el hombre y la mujer; más aún, proponen la negación
como condición para alcanzar la equidad: es la llamada ideología de género.
"Mujer no se nace, se hace". Esta frase –que aparece en la apertura de
la segunda parte del famoso ensayo de Simone de Beauvoir El segundo sexo–
estaba destinada a transformarse primero en eslogan y luego en
estandarte, y así ocurrió. Aquel lema y aquel texto fueron de alguna
manera la incubadora de la ideología de género o, como se prefirió
decir, del Gender, una teoría según la cual la diferencia
sexual entre mujer y hombre no tiene su fuente en el manantial de la
naturaleza, sino que deriva del río de la cultura y de la construcción
engañosa de los papeles sexuales operada por la sociedad. El puerto al
que se ha llegado, con los multi-gender, post-gender, trans-gender,
etc., revela sobre todo un programa y una meta hacia la que se quería
llegar: superar la naturaleza, considerada como un artificioso molde
rígido y frígido.
Para ello se ha tratado de buscar un fundamento experimental y científico al Gender,
si bien todos los estudios científicos serios se han revelado una
especie de boomerang que se vuelve en contra sus partidarios. Por otra
parte, la teoría fue enarbolada como estandarte de una cierta opinión
pública y así arribó a los tribunales de justicia y parlamentos
legislativos. En la cuestión también se vio implicada la ONU, comenzando
con las discusiones de la Conferencia de Pekín de 1995. En esta especie
de tormenta que intentó desquiciar no sólo las gramáticas sino también
los estatutos sociales no podían, sin embargo, faltar los objetores: la
ciencia, el feminismo y la Iglesia, entre otros.
Diferencias significativas entre varón y mujer
Gran parte de la comunidad científica internacional
está convencida de que existen muchas diferencias significativas,
arraigadas e importantes entre los hombres y las mujeres, diferencias
explicables en parte por factores hormonales y en parte por otros
factores fisiológicos y químicos.
Es fácil ver en este frente que se opone a la ideología de Género
también a quienes reconocen la existencia de una ley natural como base
de la antropología, como la Iglesia Católica. Sorprende, en cambio, la
presencia de una importante franja del feminismo, crítica respecto al
reductivismo sobre la corporeidad operado por la teoría del Gender. De todo esto tratarán las conferencias de este Encuentro.
Oponerse al Gender, obviamente, no significa
aceptar como están las cosas. No significa ser ciegos ante los
problemas que las mujeres están obligadas a afrontar cotidianamente. Y,
ciertamente, no significa justificar los abusos, las violencias, las
humillaciones o la explotación de que ellas son repetidamente víctimas.
Contestar de raíz la ideología del Género significa,
sencillamente, rechazar una visión que pretende liberar a las mujeres
liberándolas de la feminidad, amputándoles sus características naturales
que las hacen no inferiores sino solo diferentes de los hombres.
El núcleo del problema
Recientemente, en el curso del discurso a la Curia
Romana con ocasión de las fiestas de Navidad de 2008, el Santo Padre
Benedicto XVI ha afrontado el núcleo del problema. Cito textualmente:
“Dado que la fe en el Creador es parte esencial del
Credo cristiano, la Iglesia no puede y no debe limitarse a transmitir a
sus fieles solo el mensaje de la salvación. Tiene una responsabilidad
con respecto a la creación y debe cumplir esta responsabilidad también
en público. Al hacerlo, no solo debe defender la tierra, el agua y el
aire como dones de la creación que pertenecen a todos. También debe
proteger al hombre contra la destrucción de sí mismo. Es necesario que
haya algo como una ecología del hombre, entendida correctamente. Cuando
la Iglesia habla de la naturaleza del ser humano como hombre y mujer, y
pide que se respete este orden de la creación, no es una metafísica
superada. Aquí, de hecho, se trata de la fe en el Creador y de escuchar
el lenguaje de la creación, cuyo desprecio sería una autodestrucción del
hombre y, por tanto, una destrucción de la obra misma de Dios.
Lo que con frecuencia se expresa y entiende con el
término "gender" se reduce en definitiva a la auto-emancipación del
hombre de la creación y del Creador. El hombre quiere hacerse por sí
solo y disponer siempre y exclusivamente por sí solo de lo que le atañe.
Pero de este modo vive contra la verdad, vive contra el Espíritu
creador. Ciertamente, los bosques tropicales merecen nuestra protección,
pero también la merece el hombre como criatura, en la que está inscrito
un mensaje que no significa contradicción de nuestra libertad, sino su
condición”.
Esta misma enseñanza la retoma el Santo Padre en su
Discurso al Parlamento Federal el 22 de septiembre de 2011, durante su
viaje apostólico a Alemania:
“La importancia de la ecología es hoy indiscutible.
Debemos escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder a él
coherentemente. Sin embargo, quisiera afrontar seriamente un punto que
–me parece– se ha olvidado tanto hoy como ayer: hay también una ecología
del hombre. También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar
y que no puede manipular a su antojo. El hombre no es solamente una
libertad que él se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es
espíritu y voluntad, pero también naturaleza, y su voluntad es justa
cuando él respeta la naturaleza, la escucha y cuando se acepta como lo
que es y admite que no se ha creado a sí mismo. Así, y solo de esta
manera, se realiza la verdadera libertad humana”.
¿Diferenciar es discriminar?
Entonces, si hablar de identidad masculina y de
identidad femenina aún tiene científicamente sentido, si todavía tiene
sentido recordar que hemos sido creados hombres y mujeres (y no seres
indistintos) debemos responder a una pregunta fundamental:
¿Es de veras necesario, como sostienen los partidarios del Gender,
superar el dato biológico para poder perseguir una verdadera igualdad
entre los individuos, una efectiva paridad entre hombres y mujeres?
Dicho con otras palabras, ¿de veras la diferencia es sinónimo de
discriminación? La cuestión, como es evidente, es fundamental. Gran
parte del éxito del Gender reside en la capacidad de sus
teóricos de haber logrado contrabandearlo como vía para la igualdad,
como vía para el progreso de la sociedad y de justicia entre los
individuos. Sostener, contra toda evidencia científica, que no hay
diferencias biológicas entre hombres y mujeres en nombre de la igualdad,
implica un peligroso malentendido. Pienso que solo en la medida en que
la existencia de la diferencia sea efectivamente reconocida y
considerada se podrá dar realmente a todos, del mismo modo y en igual
grado, plena dignidad e iguales derechos. El dato fundamental en el que
(junto a la Iglesia y una parte del feminismo) muchos filósofos desde
hace tiempo concuerdan, es que se puede muy bien ser diferente, sin ser
forzosamente por esto cualitativamente desiguales. La diferencia, en
efecto, de por sí no es de ninguna manera sinónimo de discriminación. El
verdadero desafío consiste en conjugar la idea de igualdad con la de
diferencia.
La diferencia no solo no es un peso o un bulto del que
hay que liberarse o el obstáculo para la plena igualdad, sino una
riqueza. Regresando nuevamente al Génesis: "Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creo, hombre y mujer los creó"
(Gn 1,27; Gn 5,1-2). Según la Escritura, la imagen de Dios se
manifiesta, desde el inicio, en la diferencia entre sexos. Podemos decir
que el ser humano existe solamente como hombre o mujer, pues la
realidad de la condición humana aparece en la diferencia y pluralidad de
sexos. Todos nosotros tenemos un modo de existir en el mundo, de ver,
de pensar, de sentir, de establecer relaciones de intercambio recíproco
con otras personas, que son también seres definidos por su identidad
sexual. Según el catecismo de la Iglesia Católica: "La sexualidad
afecta a todos los aspectos de la persona humana, en la unidad de su
cuerpo y su alma. Concierne particularmente a la afectividad, la
capacidad de amar y de procrear y, de manera más general, a la aptitud
para establecer vínculos de comunión con otro" (n.2332). El papel
atribuido a uno u otro sexo puede variar en el tiempo o en el espacio,
pero la identidad sexual de la persona no es una construcción cultural o
social. Pertenece al modo específico en el cual existe la imagen de
Dios.
Finalmente, permítanme una última provocación. Un nudo crítico contra el que se estrella la ideología del Gender
es la cuestión del aborto. En las legislaciones de todos los países
occidentales está previsto, en efecto, que solo la mujer tiene derecho
de elección en la materia, excluyendo claramente cualquier otra posición
que no sea la de la madre. Es un principio que nadie deniega. La
consecuencia de este enfoque es que, en el caso de la interrupción de
embarazo, el aspecto físico-biológico de la mujer sea lo único que
cuenta. ¿Es posible que la naturaleza y la biología solo cuenten aquí?
Al comenzar las actividades de este Congreso, deseo
animarlos de todo corazón a mantener su constante y meritorio compromiso
en la creación de un nuevo humanismo. Buen trabajo.
MENSAJE INAUGURAL del Encuentro Internacional “Género y feminismo en perspectiva”
Cardenal Gianfranco Ravasi
Presidente del Consejo Pontificio de la Cultura
Puebla, noviembre de 2011
01/11/2012